La División de
Poderes en México
Las elecciones
federales del 2 de julio de 2000 cerraron el ciclo del cambio político en
México. El largo proceso de transición a la democracia concluyó así con la
alternancia del partido que mantuvo el poder por más de siete décadas. En
este devenir hacia la democracia, México ha sido testigo de la erosión
paulatina de las instituciones clave que le dieron rostro al antiguo régimen:
un presidencialismo omnipresente que sofocó los intentos por alcanzar un
equilibrio entre poderes, porque funcionó apoyado en un sistema de partidos que
otorgó a uno solo, el predominio en las arenas electoral y legislativa.
Al iniciar el siglo
xxi la democracia se ha erigido con el triunfo sobre los órdenes políticos que
han conocido las sociedades. Más de 120 naciones en todo el orbe, México entre
ellas, viven en este momento bajo alguna forma de régimen democrático. Pero aún
con diferencias, de intensidad y profundidad, la democracia contemporánea
enfrenta desafíos que tiene que ver con su propia dinámica: la configuración de
los gobiernos, el sentido de la representación política, la formación de
mayorías, el papel de la oposición, así como la pluralidad y la eficacia de la
división de poderes, son algunos de estos retos que pueden ser vistos como
síntomas de un esta de salud vital y activo de la propia democracia, pero que
también pueden.
La división de
poderes nació de la clásica propuesta de Montesquieu, quien llamó obra maestra
de la legislación a «un gobierno moderado donde las fuerzas políticas
adquirieran un orden, donde tuvieran un contrapeso y un lastre que las
equilibra que las pusiera en estado de resistir unas a otras»
El realismo
político tradujo la tesis del filósofo francés en El Federalista, donde
Madison, Hamilton y Jay, padres fundadores del constitucionalismo
norteamericano, discutieron las bondades y peligros del gobierno
representativo. Para ellos, la división de poderes era la condición necesaria para
el funcionamiento de una democracia; dividir el poder era entonces imperativo
legal para evitar que las facciones monopolizaran el poder. Los federalistas
pensaron que tiranía de uno o de muchos, tiranía de notables o de electos,
sería la misma cosa sin un mecanismo para separar las funciones Ejecutiva,
Legislativa y Judicial.
El desarrollo y
extensión de los regímenes democráticos ha vuelto aún más complejo su
funcionamiento, primero con el nacimiento de los partidos políticos modernos en
las primeras décadas del siglo xix y después con la aparición de la
re-presentación proporcional en la década de 1860 las virtudes del orden
democrático no se reducen a que los ciudadanos elijan a sus representantes y a
través ellos participen en el diseño de las leyes, la toma decisiones y en la
hechura de las políticas públicas; sino también, y principalmente, en la
posibilidad de ejercer control sobre la actuación de quienes gobiernan.
Con todo, las
diferencias entre parlamentarismo y presidencialismo para la formación de los
gobiernos son notables. En sistemas parlamentarios, por ejemplo existe una
alienación casi automática en el poder, porque el partido o la coalición
parlamentaria mayoritaria es justamente la que hace gobierno. En tanto en la
democracia presidencial, como señalamos, opera la separación entre las ramas
que integran al gobierno y no necesariamente existe una identidad entre el
Legislativo y el Ejecutivo.
Dividir el poder
era una vacuna contra las tentaciones autoritarias, contra los excesos
personalistas o de grupo y contra una eventual complicidad tiránica entre
quienes hacen las leyes y quienes las ejecutan. Es por ello que en el
presidencialismo, la formación de mayorías parlamentarias ha sido un fenómeno
necesariamente asociado, entre otras variables, al desarrollo de los sistemas
de partidos. la formación de mayorías parlamentarias en la democracia
presidencial es un factor importante para explicar su funcionamiento y
desempeño, así como uno de los indicadores para comprender su estabilidad.
Del conjunto de
rasgos característicos de todo sistema presidencial, cuatro de ellos se
encuentran directamente vinculados con el problema de la integración de mayorías
parlamentarias: 1) el Ejecutivo y el Legislativo son elegidos de manera directa
e independiente; 2) existen períodos fijos para la duración de sus cargos tanto
en el caso del presidente, como de los legisladores; 3) el presidente no tiene
facultades para disolver el Congreso; y por último 4) el Ejecutivo tiene poder
de veto sobre la legislación y ese veto sólo puede ser superado por una mayoría
extraordinaria.
El primero de
ellos, según Juan Linz, produce una peligrosa doble legitimidad democrática, tanto
del presidente, como en los miembros del Congreso, debido a que ambos provienen
de una votación donde los ciudadanos directamente los han elegido. El segundo,
consiste en que, debido a la elección separada, ambos poderes se constituyen de
manera independiente, y la temporalidad en el cargo es rígida puesto que no
depende de la voluntad del otro Poder como en el parlamentarismo.
Los dos restantes,
son por así decirlo, el corazón de la separación de poderes en el
presidencialismo, pero aluden también al margen de maniobra política de ambas
ramas del gobierno y a las eventuales esferas de conflicto el asunto de la
doble legitimidad democrática del presidente y el Congreso, se constituye en
factor de inestabilidad, en la medida que el Ejecutivo no cuenta con una sólida
mayoría parlamentaria que le ayude a gobernar. En segundo lugar, la rigidez del
período de gobierno se vuelve re-levante conforme una oposición mayoritaria
busca mecanismos legales para la re-moción del Ejecutivo. La tercer
característica, presidentes sin poderes para disolver el Gobierno, es el
sustento de la división de poderes; pero como sabemos, ello no ha impedido que
en la práctica ejecutivos que no contaban con una mayoría para gobernar,
buscaran mecanismos extralegales y aún autoritarios para clausurar el Congreso
y llamar a nuevas elecciones, con la esperanza de hacerse de la mayoría que les
faltaba. El último factor, el poder de veto, es siempre polémico, porque se
conforma en circunstancias donde el apoyo parlamentario del presidente ha sido
superado y se recurre a este dispositivo jurídico, como medida extrema, para
frenar una legislación que una mayoría ha decidido.
El modelo más
simple de gobierno dividido se da en presidencialismos con sistemas de partido
bipartidistas, donde el presidente pertenece a una fuerza política y el
Congreso es controlado por otra, como claramente sucede en los Estados Unidos
mientras en la Unión Americana, desde sus orígenes, la división de poderes
obedeció al criterio de los pesos y contrapesos, en América Latina el criterio
para dividir el poder se redujo a una lógica de límites funcionales.
La teoría ha
distinguido cinco factores que inciden en la generación de un gobierno
dividido: 1) el llamado voto diferenciado (split tiket); 2) el peso de las agendas
local y nacional; 3) el ciclo electoral, que comúnmente se cumplen en
elecciones intermedias; 4) la existencia de expectativas electorales diferentes
en la elección de legisladores y Ejecutivo, y 5) un ejercicio de moderación
político partidista que los votantes hacen mediante el sufragio.
El voto
diferenciado o cruzado, establecido como la primera causa de los gobiernos
divididos, es la práctica de los electores mediante la cual deciden votar por
un partido en la Presidencia y por otro en el Congreso.
El segundo factor,
nos habla sobre la importancia que tienen para los votantes los asuntos de las
agendas local y nacional; y contempla también la fuerza electoral de cada
legislador en sus respectivos distritos. La tercera causa es el llamado ciclo electoral,
que hace referencia a un proceso de desgaste que experimenta la figura
presidencial luego de su arribo al poder. La cuarta nos habla de un
elector racional que decide administrar el sentido de su voto con relación a
las expectativas que tiene sobre los candidatos a la Presidencia y al Congreso.
En este caso, los ciudadanos generan una preferencia partidista en función de
productos gubernamentales específicos; desean con ello maximizar las promesas
de campaña tomando «lo mejor» de cada partido.
De acuerdo con esta
propuesta, a través del voto los ciudadanos buscan balancear y moderar la
presencia parlamentaria de los partidos, y con ello pretenden romper un período
de dominio partidista. En teoría, todos estos factores son aplicables
tanto en sistemas presidenciales bipartidistas, como multipartidistas, porque
su razonamiento tiene que ver con los marcos institucionales y con el
comportamiento del elector.
Se advierte, sin
embargo, que tanto en México como en el resto de América Latina, existe otro
conjunto de factores en la conformación de gobiernos divididos.
Un tema más,
igualmente polémico, es el asunto del déficit público como consecuencia de un
gobierno dividido. Detrás de esta aseveración hay una lógica simple: un
Congreso mayoritariamente opositor buscará modificar la política económica del
presidente en los rubros de gasto e impuestos, porque son las variables que
afectan el bolsillo de clientelas electorales específicas y porque lo que
pretende es ganar simpatías de cara a la siguiente elección.
Los motivos que
explican el bajo nivel de conflictividad en este gobierno dividido y tratar de
delinear alguna perspectiva para los próximos años. La experiencia nos señala
que fueron varios los factores que evitaron el choque entre poderes y que la
ausencia de mayoría se tradujera en parálisis gubernamental: 1) el poder de
veto que el PRI mantuvo en el Senado; 2) la disciplina de partido, presente en
todos los grupos parlamentarios; 3) la dificultad para que una coalición
opositora pudiera perdurar; 4) una moderación del presidente sobre cambios a la
legislación; y finalmente 5) el papel que desempeñaron los partidos opositores.
Un factor más, fue
desde luego una actitud de moderación del Ejecutivo que evitó presionar al
Congreso con una sobrecarga de iniciativas de ley.
Es posible así que
los gobiernos divididos se conviertan en una práctica continua, como ya ocurre
en el interior del país, y que los presidentes con apoyos mayoritarios en el
Congreso se vuelvan la excepción de la regla. En este caso, alentar su
funcionamiento eficaz y el ejercicio responsable de los cargos públicos, serán
las premisas de rumbo.
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